jueves, 22 de octubre de 2015

Otro nuevo principio

Ha sido un final de verano movido. Complicado. El germen de esta historia está atrás en el tiempo, en una reunión que mantuve con la gerente del polideportivo y el técnico de deportes de Zarautz, para explicarles nuestra situación y ver qué posibilidades teníamos de poder dar las clases en el polideportivo. Después, a últimos de julio, el día 28, me convocaron a una reunión con otros clubs de artes marciales. Entonces, me emocioné. No iban a llamarme para decirme delante de todos los demás que no había nada para nosotros. Y, efectivamente, había algo para nosotros en el polideportivo. Íbamos a poder dejar Euromar, un lugar que no reúne las condiciones necesarias para la práctica de aikido. Quienes lo conozcan sabrán a qué me refiero. Es un lugar estupendo para yoga y pilates, pero no para nosotros.
Aquella misma semana acabábamos el curso y empezaban las vacaciones. Hablé con la responsable del local de Euromar. Le expliqué la situación. Le agradecí que nos acogiera en su momento. Me dijo que podíamos volver cuando quisiéramos si lo necesitábamos. Y me despedí. Nos despedimos.
Sin embargo, nuestra alegría duró más bien poco, apenas un par de semanas. El 6 de agosto, la gerente del polideportivo me llamó compungida. Se había equivocado al asignarnos el horario de práctica. No estaba libre. No había nadie conmigo en aquel larguísimo instante para ver mi cara de tonto. Me aseguró que no se olvidaría de nosotros, que, aunque en esos momentos fuera imposible, nos tendría en cuenta. La creí entonces y la creo todavía.
Así pues, estábamos abandonados a nuestra suerte. Yo quería estudiar y agotar todas las posibilidades antes de regresar a Euromar. Y entonces recordé que el colegio en el que impartía las clases infantiles de aikido (Orokieta Herri Eskola, un colegio público) podría ser una buena alternativa. Y conseguí concertar una cita con el concejal de deportes. El 27 de agosto, a las 11:00. Él se haría cargo. Estudiaría el asunto, hablaría con quien debiera hablar y me llamaría. No me llamó. No sé si no le di tiempo, porque le llamaba yo para interesarme sobre cómo iban las cosas. Al final, después de tres semanas, me comunicó que había puesto el tema en manos del técnico de deportes, que, entre otras cosas, gestiona la relación con los centros educativos.
Todo fue más rápido a partir de entonces. El técnico de deportes consiguió el espacio en el colegio. Había una pega: el ayuntamiento tendría que negociar con las limpiadoras para que alargaran o cambiaran su horario, a fin de que pudiéramos ducharnos antes de limpiar duchas y vestuarios. Se negaron. No las culpo. El cambio no era pequeño y saldrían bastante más tarde los días de nuestra práctica.
Salvado ese obstáculo, estaba todo arreglado: nos ducharíamos en casa, como habíamos estado haciendo durante el año y medio en Euromar. Ya he dicho que no reunía las condiciones para una práctica como la nuestra. Pero entonces, saltó una chispa en mi cabeza. Fue una de esas extrañas conexiones neuronales que tenemos de vez en cuando. En general, la relación con la mayor parte del personal del colegio fue un poco rara. Nos ignoraban hasta el punto de olvidarse casi cada semana del curso que íbamos a ir. No pocas veces hubo que aporrear la puerta para que nos abrieran. Era como si no existiéramos. Y esa chispa me obligó a pedirle al técnico de deportes que preguntara en el colegio si había algún problema con que lleváramos las planchas de tatami.
Bendita intuición. La respuesta no tardó en llegar: no podíamos tener allí las planchas. Pero, por otra parte, no había más problema. Entre desesperado, furioso y defraudado, decidí que quienes habían tomado esa decisión se fueran a tomar por saco. Le agradecí al técnico sus idas y venidas, y lamenté que el esfuerzo no hubiera dado un fruto un poco menos amargo.
¿Estábamos acabados? No. Quedaba una última oportunidad: el gimnasio Fitness Sport, de detrás del Eroski, en Zarautz. Fui allí, hablé con Jose, uno de los propietarios, y en cinco minutos estaba todo arreglado: horarios, tema económico… Hemos empezado en octubre. Estamos encantados. El tatami es de puzzle y bastante llamativo, pero nos hemos adaptado bastante bien. Para muestra, estas fotos de la primera toma de contacto. No estamos todos, pero fuimos los primeros.